Trabajo cooperativo y programas televisivos de éxito: “Máster Chef Junior”

Trabajo cooperativo y programas televisivos de éxito: “Máster Chef Junior”

Asisto en las últimas semanas, con una mezcla entre golosa delicia y ternura de madre, a la pasión de mi hijo pequeño, un “pequeñajo” de 8 años, y el interés del mayor, un adolescente de casi 13, con el programa “Master Chef Junior”. Incluso a los menos televisivos de mis lectores les sonará que se trata de un concurso de cocina que ha tenido un éxito indiscutible, éxito que otras cadenas de televisión ya han intentado imitar (una de las señales, en el mundo que nos ha tocado vivir, de que la idea “vende” y merece la pena emularla).

“Master Chef” lleva ya varias ediciones en su formato para concursantes adultos, y desde el año pasado se ha venido realizando una versión con aspirantes infantiles, pequeños cocineros de entre 8 y 12 años. Mis dos hijos, pero sobre todo el más pequeño, siguen el programa con la fruición con la que yo me comería alguno de los postres que salen de sus mega-modernas cocinas ( ya apunté arriba que soy una golosa), así que aquí me tienen, semana a semana, grabando el programa para que mis niños lo vean en sus ratos libres y siempre como “premio” tras haber cumplido con sus tareas del cole. Quisiera dejar, desde este humilde blog, una crítica velada a los productores del programa, dado que el horario televisivo en el que se ofrece a la audiencia potencialmente más joven me parece excesivamente “nocturno”. Luego los niños que se quedan a verlo van a la cama tardísimo y no rinden en clase a la mañana siguiente… Pero eso es harina de otro costal, si me permiten los lectores la metáfora alimentaria.

Curiosa, me siento a ratos a ver el programa con mis hijos. A priori, cualquier iniciativa que fomente la psicomotricidad, la ayuda en el hogar, la creatividad y el aprender a hacer algo con las manos, con paciencia y amor, cuenta con mi aprobación, y este “reality” consigue esa propuesta. España tiene una tradición gastronómica excelente y una cocina que, por fin, empieza a tener los embajadores que se merece y que está desbancando la fama de otras cocinas europeas como la francesa o la italiana. Qué bien que fomentemos ideas innovadoras y generemos en los niños, de paso, hábitos saludables de alimentación.  Veo agradecida que se cocinan alimentos equilibrados, variados, y que algunos de sus pequeños protagonistas adoran la verdura… una campaña ideal contra los ataques de la comida basura que los niños y adolescentes consumen en exceso en este país.

Pero mi visión del programa acaba resbalando hacia mi “deformación profesional”: no puedo evitarlo y miro las circunstancias que se suceden semana a semana en esas cocinas con ojos de profesora. Porque estos niños que participan en el concurso representan también un variado abanico de los chavales que pueblan nuestras aulas. Sus comportamientos son espejo de los usos y costumbres de una sociedad que tiene aspectos positivos, pero también mucho que mejorar.  Como individuos, veo en los aspirantes de Master Chef al alumno ayudador y al que aprende con humildad; veo al alumno tímido, al que le cuesta tomar una decisión importante; veo al alumno optimista, y veo al que aprende de sus errores; pero también veo (porque haberlos haylos, como las meigas) al chaval egoísta y caradura, que se escaquea en cuanto le aprietan para que trabaje, pero que sorprendentemente se “salva” de irse del programa, semana tras semana; veo a aquel que nunca acepta la crítica constructiva y se considera “injustamente evaluado”; veo a la alumna que no ha aprendido la resiliencia tan necesaria ante el más que probable error (todo error es aprendizaje) y veo cómo cada tensión se soluciona con llantos y gritos, mostrando así que nadie trabajó con ella la tolerancia al fracaso; veo al chaval que no es capaz de motivarse internamente y que tira la toalla a las primeras de cambio; veo a aquel que tiene a edades tempranas actitudes machistas (“las niñas limpian mejor que los niños”, oí asombrada hace dos semanas). Observo, divertida, cómo mis hijos reaccionan ante los avatares de los aspirantes a Chef: “Ese es un chulito y no hace nada, a ver si le nominan, mamá; no se merece ganar”. Y se enfadan y consideran injusto que se “premie” con puntos justo al que más errores ha cometido y encima no asume fácilmente su culpa….

Pero lo que más me fascina es ver a los niños en las pruebas en que tienen que trabajar en equipo. De nuevo, el paralelismo con el aula es impresionante. Ahí sí que veo las carencias de una sociedad y una escuela que han fomentado la competitividad y la interdependencia negativa, y que no alcanza siempre a trabajar en sinergia… Y veo cómo los adultos sacan “tajada” de esa competitividad…

Cuando los niños llegaron al programa, ¡cuánta energía perdida en discutir, qué poca autonomía, qué egoísmo y qué bloqueos emocionales! Observé cómo a algunos les faltaba costumbre para secuenciar tareas, para mostrar asertividad y decir las cosas al compañero sin herir, pero con la claridad necesaria para lograr el éxito del equipo en la prueba.

Valientes y animosos, estos pequeños Chefs van aprendiendo. Y viéndolos mejorar a ojos vista y reconocerse generosamente los méritos unos a otros, recupero la fe en estas generaciones de jóvenes que serán nuestros adultos del mañana. Sigamos por el camino de la cooperación, de la coevaluación y de la sinergia. Y eso a pesar de que este “reality” pone sobre los niños una presión excesiva con su reloj implacable, sigue fomentando más la competitividad que la cooperación, y plantea el triunfo como un camino en el que tienes que salvarte de la “eliminación” (qué palabra más horrorosa)….

No vi la primera edición de Máster Chef Junior, aunque sí he leído que en la anterior ocasión no se trabajó tanto en equipo, y que no se habló de reciclaje (en esta ocasión están recogiendo tapones de envases para una ONG). Algo han mejorado los “mayores” que han comercializado este tinglado gastronómico… pero deberíamos aprender mucho más de esos peques que logran, con su pasión por crear y sus caritas, que esta profe crea que aún tenemos salvación entre tanto individualismo egoísta.

Eva Teba (Directora Pedagógica Educando)



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