Contigo las horas se pasan volando

Contigo las horas se pasan volando

Estoy tomando un café en una taza en la que pone “Contigo las horas se pasan volando”, mientras pienso en la razón por la que mis alumnos, en diferentes momentos, hacen comentarios como “lo que más te gusta es dar clase”, “a ti te gusta estar con nosotros…” Me sorprende porque es algo que no suelo verbalizar. Está claro que son las micro-expresiones las que transmiten mis sentimientos y las neuronas espejo las encargadas de que mis alumnos hayan captado algo de lo que no siempre soy consciente: motivación y pasión por mi trabajo.

Hay una motivación intrínseca que, en mi caso, consiste en disfrutar tanto enseñando como aprendiendo, manteniendo un alto nivel de entusiasmo y curiosidad en todo el proceso de enseñanza-aprendizaje. Si se considera la motivación como la voluntad o el impulso que estimula a hacer un esfuerzo para alcanzar ciertas metas, está claro que puede resultar difícil mantenerla en el tiempo. Ello supone que hay que cuidarla, alimentarla, de forma extrínseca.

Me gustaría compartir con vosotros los recursos que he utilizado para mantener la motivación durante todos estos años, y lo que he recibido en este proceso.

Creo que las ganas de aprender, unidas a la curiosidad, son los motivos principales que te hacen estar siempre con un cierto nivel de estrés positivo que mantiene tu mente abierta a analizar y profundizar con distintas posibilidades. Este aprendizaje no tiene que ser siempre formal, ni externo, aunque sea indispensable. Está, además, el aprendizaje que surge de compartir experiencias y proyectos con tus compañeros. Para mí las vivencias que compartes con gente que tiene unos intereses similares a los tuyos es muy enriquecedora y, tiene la ventaja de ser más duradera en el tiempo. Así que, por una parte, mi primera motivación reside en lo que entendemos por “formación continua”.

Por otra parte está la curiosidad, entendida como las ganas de poner en práctica en el aula los nuevos conocimientos, introduciendo pequeñas dosis de novedad, pero teniendo claras tus metas (qué objetivos quieres conseguir con tus alumnos más allá del currículo formal o institucional) y utilizando para conseguirlo todos los recursos que tengas a mano: diferentes metodologías, materiales… ¡Sin miedo!

Por último, la reflexión basada tanto en la evaluación que te aporten tus alumnos como en la autoevaluación. Cada uno de los cambios que vamos introduciendo tiene que ser analizado para poder dar el siguiente paso con garantías.

Por supuesto, hay otras formas de motivación extrínseca por las que debemos de seguir luchando, tales como una ley de educación independiente a la política; mayor reconocimiento social e institucional; más recursos en las aulas, tanto materiales como personales que favorezcan, entre otras cosas, una integración real; formación de calidad; seguridad… Pero mientras lo conseguimos no podemos permitirnos el lujo de quedarnos parados, ya que corremos el riesgo de desgastarnos profesionalmente en esa espera.

Quizás la pregunta clave es si esta forma de vivir la docencia ha beneficiado a mis alumnos.

Yo no tengo ninguna duda de que así ha sido, si consideramos el desarrollo integral del alumno. Si valoramos el saber tanto como el ser y el sentir, y queremos potenciar la adquisición de las funciones ejecutivas y las destrezas de pensamiento de alto nivel, tendremos que crear un aula en la que todos los alumnos tengan éxito (desde donde estén), cada uno con el método que necesite.

Por eso, cuando cada día llego a clase con un pequeño objetivo nuevo, y les propongo un reto que fomente su curiosidad y su ilusión, termino oyendo: “pero, ¿ya se ha pasado la hora?, “¡qué corto!”, “¿podemos quedarnos en el recreo?” Y… mientras ellos se toman su “merienda” y siguen planificando y organizando su trabajo cooperativamente, yo me tomo un café y observo cómo su mente se abre a diferentes posibilidades, aprenden a escucharse y van ganando seguridad, disfrutando del proceso, porque saben que lo van a conseguir.

Y así, una tarde cualquiera, al entrar en clase, un alumno se acerca a ti y te entrega un paquete mientras el resto aplaudiendo, grita: “¡léelo, léelo!”. Al abrirlo ves una taza en la que pone “Contigo las horas se pasan volando”. Y, mientras aplaudes con ellos, sientes que esa es su forma de reforzar un vínculo contigo; a la vez que para ti es una forma de expresarles gratitud y… ¿por qué no? orgullo por ser una maestra.

 

 Jaurne Fuentes

 Colegio Vizcaya



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